jueves, 18 de abril de 2019

El negociador (relato)





EL NEGOCIADOR
(Relato)




POR
D.S.R



Últimamente no duermo bien. En mi cabeza resuena una y otra vez el estallido de la bomba. Por
las noches es peor, desde luego. En mis sueños veo los cristales rotos de las ventanas del banco
viniendo hacia mí como en una película en 3D. Siento que intentan atravesarme por no haber sido
capaz de detener o menguar la tragedia. Ahora más de veinte personas están muertas y me siento
pleno responsable. Soy un negociador de la policía. Licenciado en psicología criminalista, y ahora
soy yo el que ha de ir a un psicólogo para poder sobrellevar esto. La vida es una putada y a lo má-
ximo que se puede aspirar en ella es a tener la suficiente suerte como para poder sobrellevarla me-
dianamente normal. Y lo peor de todo es que el tipo que accionó la bomba me cayó bien porque al
fin y al cabo no fue mas que otra victima del sistema, y no lo estoy justificando para nada. Lo pri-
mero que te enseñan en psicología si vas a ser psicólogo es a no compararte o a no simpatizar
demasiado con la gente que tratas pero, por mucho que tratemos de negarlo, seguimos siendo hu-
manos, joder... Cuando pienso que el día anterior pensé en cogerme el día para asuntos propios.
No hago nada mas que darle vueltas a la idea de que podía haber estado en mil sitios en vez de
allí frente a aquel banco hablando por teléfono con un tipo que trató de robarlo sin éxito. Durante
mi carrera me han pasado cosas chungas, claro. Una vez recuerdo que tuve que negociar con un
tipo que se atrinchero en un bar reteniendo a varios clientes y que amenazaba con suicidarse por-
que su mujer se había liado con su mejor amigo y le había sacado hasta el último puto céntimo
de su cuenta corriente. No supe hacer bien mi trabajo. El tipo se suicidó y yo volví a casa con la
idea de que no puedo ayudar a todo el mundo. Estuve unas semanas de baja, como ahora, pero
aquello logré superarlo... Pero creo que esto ya es demasiado. Probablemente me ponga a dar
clases en universidades o algo así, desde luego no pienso volver a hacer este trabajo.

  - Si - contestó una voz firme y serena, la más serena que haya podido oír jamás.

  - Hola... - me quedé unos segundos callado porque el tono de aquella voz me pilló desprevenido;
esperaba encontrar al típico ladrón de tres al cuarto nervioso y pidiendo un coche o, si era muy
peliculero, hasta un helicóptero. - Me llamo Óscar. Soy el negociador de la policía. ¿Que tal todo
por ahí dentro?

  - ... Bueno. La cosa se ha... complicado un poco - me contestó con la misma calma.

  - Ya veo. Puedo saber con quien hablo. ¿Puedes decirme tu nombre o un nombre con el que po-
der llamarte?

  - Jonás. Me llamo Jonás Montalba. - En ese punto comprendí que la cosa no iba a acabar bien.
Nadie, absolutamente nadie en circunstancias similares hubiera dado su nombre real (podría ha-
ber sido una trola, pero por el tono de su voz sabía que no era así). Volví a sentirme despreveni-
do. Seguramente fuese por años de tratar a las personas como si fueran casos estándar de ma-
nuales de psicología, por no tener la suficiente capacidad o compromiso de ver a las personas
como eso: personas, y no como casos clínicos de libros que hay que seguir esperando siempre
que todos los pasos lleven siempre a lo predecible.

  - Bien. ¿Me puedes decir cuantos rehenes tienes ahí dentro, Jonás? Si me permites que te llame
Jonás.

  - Claro... Perdona, me has dicho que te llamabas... - esa educación me volvió a descolocar. Me
sentí como un estudiante en su primer año de facultad.

  - Óscar - dije como si en vez de estar hablando con un ladrón de bancos estuviera hablando con
alguien a quien me hubiesen presentado en un bar de copas.

  Al otro lado de la línea dejó de oírse la respiración tranquila y pausada de Jonás. A los pocos se-
gundos regresó.

  - Creo que unos veinte aproximadamente - contestó.

  - ¿Me puedes concretar un poco más? Quiero decir que si hay niños, mujeres o gente mayor -
las mujeres y los niños primero, primera norma en cualquier manual de evacuación.

  - No sé, Óscar, hay de todo un poco supongo. Como comprenderás, no tengo muchas ganas de
hacer un inventario.

  - Lo entiendo. Bueno y, ¿que va a pasar ahora? - dije con un tono amistoso.

  - Esa es una buena pregunta... - se lo pensó un angustioso rato para mí - Lo mas probable es
que muramos todos aquí dentro.

  Tendría que haber sido lo suficiente profesional como para quitarle hierro al asunto contestando
con alguna sonrisilla y diciendo algo como "Venga ya, macho, no hablarás en serio". Pero me
empecé a poner algo nervioso. Me saqué un cigarrillo del paquete de tabaco que llevaba en la
chaqueta.

  - No tiene porque acabar así y lo sabes, ¿verdad, Jonás? Tienes otras opciones, tío - sin su per-
miso y sin que él se diera cuenta trate de mostrarme más cercano para que mi voz fuera una es-
pecie de voz de su conciencia.

  - Dímelas, por favor - de nuevo ese tono educado que me sacaba de quicio. Me puse el cigarro
en la boca.

  - Para empezar puedes soltar a los rehenes y luego hablar de tratos. Puedes pedir condiciones -
empecé a andar por la calle acordonada en un claro acto de nerviosismo por mi parte. - Puedes
usarlos, aunque este mal decirlo, como moneda de cambio. En el caso de que fueras a la cárcel -
jamás hay que insinuarle siquiera lo obvio, los negociadores tenemos que ser tan falsos y crápu-
las como vendedores de coches de segunda mano, cosa que personalmente detesto pero... - tu
pena se reduciría si viesen que soltaste a los rehenes antes. Imagínate los titulares de los perió-
dicos "Jonás, el ladrón (quizá hubiera sido mejor no decir ladrón) con buen corazón (pero rimó)
que soltó a las mujeres y los niños antes de entregarse". Aguardé un rato en el cual me dio tiem-
po a encenderme el cigarro y ver la gente agolpada tras el cordón policial siendo testigos de
todo el despliegue de medios. Empecé a inquietarme al ver que el tipo no respondía. En ese mo-
mento albergué la vana esperanza de que quizá los soltaría sin tener que hacer o decir nada más.
Me encendí el cigarrillo. Su fría y serena voz no tembló un ápice cuando me respondió.

  - Voy a ser totalmente sincero contigo, eeeh... Óscar. No voy a soltar a nadie. Ni quiero nego-
ciar una mierda. Ahora escucha atentamente, tengo bombas repartidas por todo el banco, ¿de acu-
erdo? He venido bastante mentalizado con la idea de que si las cosas no salían bien, mandarlo to-
do a la mierda…

  - Pero... - traté de meter baza para que no terminara su discurso, pero enseguida me cortó con
su irritante, y no por ello falsa, educación.

  - Te pido por favor que no me interrumpas, si no te importa, porque yo no te he interrumpido antes
y me gustaría que tuvieras el mismo respeto por mí que el que yo he tenido por ti, ¿de acuerdo?

  - ... De acuerdo, Jonás - dejé que fuera él quien controlara la situación, otra mala idea por mi par-
te.

  - ¿Por dónde iba?...Ah, si. Ahórrate el discursito que también preparado pareces tener y deja de
hacerme pensar que tengo alguna posibilidad de salir de esta sin que me caigan al menos... ¿diez
años? Da igual. No pienso ir a la cárcel. Eso es lo único claro aquí. Puedes tratar de que liberé al-
gún rehén para aliviar mi conciencia antes de morir, es algo que te voy a permitir hacer ya que
aquí y ahora soy yo el que... lleva las riendas.

  Sabía que nunca había hablado tan en serio en su vida, lo podía ver escrito en su voz. ¿Que po-
día hacer yo?

  - ¿No tienes nada por lo que luchar en esta vida, amigo? - le pregunté en un acto desesperado
por volver a tomar el control - ¿No tienes mujer, hijos o una madre que te esté esperando en algún
lugar? Seguro que tienes algo por lo que luchar.

  - Alguien hay, si, pero no son lo suficientemente importantes como para luchar o sobrevivir por
ellos, Óscar. Yo era un tipo normal y corriente antes de decidir dar este atraco fallido. No soy un
criminal. Solo estoy hasta los huevos de no recibir ninguna oportunidad de esta sociedad, así que
supongo que en parte quiero desfogarme matando a todas estas personas.

  - Pero comprendes que todas esas personas que hay ahí dentro no tienen la culpa de... no sé,
que tú estés deprimido o de que no tengas trabajo. Si quieres joder a la sociedad: lucha, joder.
Sobreponte a ello - en este punto lo que dije era ya algo mas personal, algo que yo y todos nos
decimos a nosotros mismos para sobrellevar nuestra carga. - No dejes que ellos, los políticos,
los que ponen las normas, se salgan con la suya. Protesta, forma un sindicato, no sé, tío, pero
no elijas el camino más fácil, amigo, porque si lo haces si que acabarás convirtiéndote en un cri-
minal.

  En aquel momento hice una señal negativa con los ojos a un agente (que comandaba equipos es-
peciales de la policía) para decirle que aquello, irónicamente, estaba apunto de estallar. Los agen-
tes uniformados para tales casos tomaron posiciones ante el asombro de la muchedumbre.

  - ¿Sigues ahí, Jonás? - pregunté mientras consumía el cigarrillo hasta el filtro.

  - ¿Sabes que te estoy viendo? ¿Sabes que estoy viendo a todos esos GEOS, o lo que quiera
que sean, apunto de entrar? Tengo presionado el detonador con el pulgar. En cuanto lo suelte to-
do saltará por lo aires.

  Le hice una señal al jefe del equipo para que detuviera a sus hombres.

  - Suelta por lo menos a los niños, macho - dije, pedí, rogué con voz temblorosa. - Ellos no tienen
la culpa de nada.

  - ... Bueno... No sé que decirte... ¿Alguna vez has perdido rehenes... perdona, me cuesta acor-
darme de tu nombre, tengo demasiadas cosas en la cabeza…, alguna vez has perdido a otros re-
hénes en circunstancias similares?

  ¿A que coño venía aquella pregunta?, me dije. ¿Cómo era posible que el tipo estuviese a punto
de matar a veinte personas y tener la serenidad para preguntar aquello con tanta calma?

  - Alguna vez, si - contesté al recordar aquella vez en que un marido cabreado arrojo por la venta-
na a su mujer junto con el amante de ella.

  - Pues piensa, por las noches cuando te asalte la culpa por no haber podido evitar esto, que qui-
za estos niños eran futuros Bin Laden o peor aún, futuros Papas. Adiós, Óscar. Ha sido un placer
char

  - ¡Ey, ey, ey! Espera, tío, espera, espera. Si de verdad te importa como yo me sienta... - dije en
un intento egoísta de quitarme la culpa de encima, pero no me dio tiempo a terminar.

KABOOOUUUUUUUUMMMM

miércoles, 17 de abril de 2019